Que por cierto, no deja de ser curioso que un escritor, sin fisuras en su heterosexualidad, se haya metido en lo más hondo de la psicología femenina, y nos haya legado dos novelas históricas cuyos verdaderos personajes, los que van a pasar a la historia de la literatura como figuras relevantes, sean mujeres. Isabel Ossorio, el verdadero amor de Felipe II, nos cautivó y pasó por nuestros corazones, sin distinciones del sexos de los lectores, como ideal de mujer, en su novela “La Parrilla invertida” (El corazón de Felipe II), y Sofonisba Anguissola nos cautivará, igualmente, por su arrojo, tenacidad y dulzura, en las páginas de “Sofonisba Anguissola: Una pintora en la corte de Felipe II”. Y es que esta novela le da la mano a la primera, de la que parte y se inspira. Y así me lo manifiesta el autor, cuando me refiere que en el obligado estudio riguroso de la historia de la vida de Felipe II, se le apareció Sofonisba Anguissola, de la que no tenía referencias y conocimiento, pero que a todas luces dejó un halo de misterio por su paso por la corte del monarca Felipe II, lo suficientemente cautivador y poderoso como para a renglón seguido, nada más terminar la increíble novela “La Parrilla invertida”, obra maestra de la novela histórica en lengua española, meterse de lleno en la por aquel entonces, hará cinco años, escasa bibliografía del personaje italiano, sentir el pulso de su estancia durante algo más de trece años en la corte del Rey más poderoso del orbe, su relación con Isabel de Ossorio, con los pintores oficiales de la corte de Felipe II y, de manera, particular, su relación con la segunda esposa del rey, la francesa Isabel de Valois y sus dos hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Y como no le bastaba a mi maestro Mariano el período vivido por Sofonisba en nuestro país, en su empeño por conocerla a fondo, proyectó un viaje a Italia, desde la Cremona de los míticos violines Stradivarius hasta la luminosa Sicilia, deteniéndose en la multicolor Palermo y en el idílico paraje de Aranciata della Sangue, bucólico valle, en el que con el perfume de los naranjos y el Etna de fondo, aunque fuera desde la distancia de Palermo, se despidió de esta vida nuestra inmortal heroína, como no podía ser de otra forma, no sin antes haberse recreado en las aristocráticas ciudades de la Lombardia y haber recorrido todos los rincones de la populosa y floreciente Génova.
Y es que la prosa, el estilo de Mariano Rivera Cross, es pictórico y cinematográfico de por sí. Desde los comienzos de la novela en la Casa-Palacio de los Anguissola, heredada por Amílcar Anguissola, padre de Sofonisba, donde los personajes se adormecen bajo los efectos de la luz que entra por las ventanas ojivales, procedentes de los monumentos de la Plaza del Duomo y del ocre de los lejanos campos de lino, y la transparente y clara luz de la baja cuenca del Po, que respira en su niñez nuestro personaje en Villa Soresina, propiedad de sus abuelos maternos, nos vamos llenando de la luz que va irradiar en la personalidad de nuestro personaje, y la que va a prevalecer con personalidad propia en sus innumerables cuadros, hasta el punto de sentirnos partes de ella misma. Se apodera de nosotros como por hechizo, invitándonos a que cerremos los ojos, y como ocurre en la infancia de Sofonisba en Villa Soresina, adivinemos los colores de la naturaleza a través de los sentidos.
Pero si la infancia de Sofonisba nos la presenta nuestro autor llena de inocencia y fantasía, y nos cautiva, pronto nos haremos con ella adolescentes y, como si fuera parte de nuestras propias vidas, viviremos la cruenta lucha interior de nuestro personaje por encontrar su identidad sexual y el amor, y la no menos cruenta batalla de hacerse un hueco, como mujer, en el mundo de los pintores renacentista de la época.
Y si hasta ahora, ya ha comenzado la segunda parte de la novela, el autor nos había adormecido, llevándonos de la mano de Sofonisba para que nos metiéremos en su alma de niña y adolescente, pronto nos va a proporcionar las dos primeras grandes tracas del espectáculo luminoso y pirotécnico de la novela: la primera “Querelles de Femmes” vivida en casa de su pariente lejana Partenia Gallerati, donde entre otras vivencias va a descubrir Sofonisba la posibilidad de la identidad homosexual de la mujer, algo inaudito y valiente a mediados del siglo XVI, y el primer gran cuadro de la genial pintora, donde incorpora técnicas que se adelanta a su época pero que serán los pilares nada más y nada menos que de la revolución de la perspectiva en la pintura.
En esa perfecta fusión que construye Mariano Rivera a lo largo de la novela, entre vida y obra, en el último capítulo de la primera parte de la obra, titulado “El encuentro con Bernardino Campi”, nos lleva al primer desenlace explosivo, pirotécnico de la novela. Desenlace por cierto doble porque en él se nos aclara el anterior y primer encuentro amoroso de la protagonista con su profesor de pintura, y, en este caso, algo más relevante, el hecho de plasmar en un cuadro el acto de pintar al maestro-amante, consiguiendo por primera vez en la pintura la técnica del espejo, incorporándose la pintora en la composición del lienzo en un impresionante juego de perspectiva, adelantándose casi un siglo a la impresionante pluriperspectiva del genial Velázquez en su cuadro Las Meninas.
Pero si ella había renunciado al amor a favor de su otro amor, la pintura, tenía que conseguir, aún sabiendo que las mujeres no podían ostentar el título de Pintor de Corte, llegar de una u otra manera a la Corte más poderosa del mundo, la de Felipe II, y hacerse notar, destacar como pintora aunque oficialmente no rezara como tal, retratando a los personajes más ilustres de España, para legar al mundo y a la mujer en particular, los retratos hechos al rey y a la reina de España, a las hijas de éstas, a las que crió y quería como hijas suya, al infante don Carlos, y a los altos nobles cortesanos españoles. Pero no le fue fácil ni mucho menos. Los reconocidos pintores de la Corte de Felipe II, llevados por las ideas puritanas preconcebidas, reforzadas por la Contrarreforma del Concilio de rento, y tal vez por la envidia que le deparaban sus retratos, al hecho de no poder firmar los cuadros con su nombre, le pusieron todas las trabas posibles, hasta el punto de estar Sofonisba varias veces al borde de declararse vencida y colgar los pinceles.