Conocía la existencia de la pintora Sofonisba Anguissola y fugazmente me había asomado a su obra pictórica, entre otras cosas porque se había iniciado hacía pocos años la investigación y catalogación de sus cuadros, para mí, como para la mayoría de los especializados en el tema, inéditos o en gran parte otorgados al genial Tizano, del que sin duda recibió Sofonisba una directa influencia. Por una parte estaba emocionado con el encargo, pero por otra, nunca me había metido en berenjenales literarios, y no sabía cómo decirle al maestro que no tenía confianza en el resultado de un prólogo novelesco. Mas el manuscrito de la novela “Sofonisba Anguissola: Una pintora en la corte de Felipe II” que me dejó Mariano en nuestro primer encuentro, no sólo contenía descripciones, narraciones y diálogos. Al final del mismo, aparecían en color como una treintena de cuadros, todos ellos comprobados la autoría de Sofonisba Anguissola, de los que recibí un gran impacto, especialmente de uno de los cuadros más bellos y originales de la pintura barroca, el que le dedicara Sofonisba a la segunda hija de la reina Isabel de Valois, Catalina Micaela, conocido universalmente por el nombre de “La Dama del Armiño”.
Estaba visto que el autor venía pertrechado con todas sus armas persuasorias, y no estaba dispuesto a irse de vacío. Por eso, cuando a la visión de esa treintena de cuadros le añadió, con esa particular forma de exponer sus conversaciones como un relato de ficción, y esta vez con más inri por tratarse de una novela histórica, que se trataba de la primera mujer del mundo moderno que luchó paralelamente por el arte y por la dignidad de la mujer en el conjunto de la sociedad, hechizado, claudiqué, pese a los muchos encargos y trabajos que sabía tenia que hacer frente, y en esos instantes me propuse enfrentarme al reto de escribir por primera vez la presentación de una novela.
Pero ya me lo advirtió el autor: No iba a salir indemne una vez terminara el prólogo. Se trataba de una novela histórica, desarrollada durante gran parte de los siglos XVI y XVII, los llamados por antonomasia los siglos de oro, en los que yo me había especializado, y la novela desarrollaba la vida de la subyugante y genial pintora Sofonisba Anguissola, de la que me aseguraba su autor, me iba atrapar durante la lectura por la genuina personalidad y valentía del personaje, tanto de su obra como la del hecho de enfrentarse a una sociedad timorata, puritana y conservadora.
Y es que la novela está vertebrada estructuralmente sobre estos dos hechos relevantes en la vida de la protagonista, hasta el punto que no puede darse el uno sin el otro. Y verdaderamente es el gran mérito del novelista: la sabía conjugación de Sofonisba mujer y Sofonisba pintora, metiéndose en la piel de los lectores como espejo del pasado y modelo del presente. A la jugosa vida de la longeva protagonista, llena de experiencias poéticas, sexuales, amorosas y artísticas, de por sí interesantes y amenas como para atrapar a los lectores más exigentes, Mariano Rivera la va intercalando con dos focos temáticos que se convierten sin duda en el corazón y el alma de la novela: las tertulias de mujeres “Querelles de Femmes”, y la composición de sus cuadros.
El lector, al menos fue lo que me ocurrió durante la apasionante y veloz primera lectura de “Sofonisba Anguissola: Una pintora en la corte de Felipe II”, entretenido de por sí por los acontecimientos cotidianos de la vida del personaje, está deseando que lleguen los capítulos donde se describen con claridad y sencillez los pormenores técnicos de sus nuevos cuadros, en los que admiramos las nuevas incorporaciones de Sofonisba al mundo de la pintura, y no digamos la expectativa que embarga al lector deseando que lleguen los capítulos de sus “Querelles de Femmes” para recrearse en las múltiples variantes del tema rey de la novela: La lucha de la mujer por la libertad. Tema que nos adelanta el autor en la cita de la novela: “Excelentes y honorables princesas de Francia y de todos los países, vosotras, damas, doncellas, mujeres de todas condiciones que amasteis o amáis y seguiréis amando el bien y la sabiduría, las que habéis muerto, las que vivís todavía y las que vendréis en el futuro, alegraos todas, disfrutad de esta nueva Ciudad, que ya está casi levantada, construidos sus armoniosos edificios y reunidas ya quienes en ella vivirán”, perteneciente al libro “La ciudad de las damas” de la autora veneciana afincada en Francia desde pequeña, Christine de Pisan, a la que justamente nuestro autor, como eco de todas las mujeres y de todos los hombres sensibles e inteligentes, rinde homenaje en su libro.